Así comenzaba una popular canción, que muchos hemos
cantado, tarareado e, incluso, tenido como tono en el móvil. Pero de lo que no
nos dábamos cuenta era de que una particular forma de ver la vida se nos iba
colando muy dentro. Una visión tan antigua como el mundo, pero a la vez una de
las filosofías que más ha despistado al ser humano, porque lo conduce
irremediablemente a la mediocridad. Muchas veces me he topado con esta frase en
mi vida y en muchas ocasiones me he dejado llevar por ella. Ahora, pienso, que
no siempre las cosas dependen. La injusticia no depende de por donde se mire,
si no pregúntale a los marginados, refugiados y pobres de la tierra: "mire
usted, que usted sea pobre, seamos injustos con usted... pues, ¡depende!".
Porque detrás del depende se esconde el egoísmo humano, la búsqueda de que las
cosas siempre me beneficien, de que el perjudicado no sea yo.
Para Dios nunca depende. Esto es lo que he ido
aprendiendo a lo largo de muchos años, de tiempo de alegrías y de penas, de
contemplar injusticias y de ver como la gente lucha por una vida mejor, para
los suyos y para sí. Para estos, los favoritos de Dios, las cosas no
"dependen". Nuestro Dios se pone a nuestro lado y nos propone una
forma de vivir, en donde el Amor, la Misericordia y el Perdón sean los
protagonistas. Y esto o se vive o no se vive, no depende. En eso consiste vivir
el Evangelio, en su radicalidad. En vivir como se debe, en favor de todos, no
solo en el mío propio.
Que este tiempo, año de la
Misericordia, sea para muchos un tiempo para comprometernos a fondo, ahora, en
la realidad sufriente que nos rodea. Y que no "dependa" ni de
circunstancias ni tiempos ni personas. Porque en el fondo ser feliz y hacer
felices a otros, eso, si depende de cada uno.