jueves, 12 de diciembre de 2019 0 comentarios

Gargamel... por todos lados


Los que somos de otro siglo pero aún mantenemos fresco el recuerdo de la infancia, sabemos quien es Gargamel. Para los que no lo recordáis, se trata de un personaje siniestro que persigue a los pitufos. Espero que recordéis a los pitufos, porque si no, andamos mal...
Resultado de imagen para gargamelGargamel es un ser malvado, con un cierto toque de patetismo y torpedad. Su obsesión es molestar a los pitufos, capturarlos, para su propio interés. Nunca se dejó claro en la serie infantil para que fin deseaba capturar a los azules enanitos. Pero lo que si contemplamos en cada capítulo fue sus mezquinas intenciones para conseguir su objetivo final. Y desde hace un tiempo, observo que vivimos rodeados de Gargamel. Por todos lados. Personas con dobles intenciones, buscando su propio interés, utilizando los medios a su disposición para sus propios fines. Sin importarles los demás, con mezquinas maquinaciones, horrendos comentarios, patéticas exigencias... que nos habla de que algo anda mal en nuestra sociedad. 
Vivimos enfadados con el mundo, pero en realidad lo estamos con nosotros mismos. ¿Qué nos está pasando? ¿qué insatisfacción pugna por salir a la luz en el corazón de cada uno de nosotros? ¿por qué andamos todo el día malhumorados y deseándole el mal al que tenemos al lado?  
La respuesta se encuentra en lo que anhelaba Gargamel: la eterna felicidad, la juventud, la tranquilidad, el poder absoluto. Todo esto, en algún momento, se plantea en la serie infantil de los pitufos. Todo lo que un hechicero, como Gargamel, puede realizar mediante sus artes ocuras. Todo eso está al alcance de su mano, pero si obtiene un pitufo. La esencia azúl de los pitufos puede ayudar en los hechizos. Pero nunca los captura y vive frustrado, enfadado, durante todos los capítulos. 
No se muy bien quien fue el autor del guión de la serie, pero tengo que reconocer que es un argumento bien profundo. El deseo del corazón humano, el ansia de saciar nuestras necesidades, buscando fuera lo que simplemente está dentro. Quizás a Gargamel le hubiese ido mejor si se hubiese dado cuenta que en el fondo era un gran mago. Alguien que por si mismo era capaz de grandes cosas, bondades, pero que se empeñada en vivir desajustado, desenfocado. 
Quizás necesitamos ver más caricaturas de las antiguas, para ir descubriendo un poco más qué nos pasa y qué necesitamos.
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Regreso

Después de un tiempo, regreso. La vida está hecha de etapas. Unas vienen, otras van. Regreso. Nos leemos. Un saludo.
domingo, 31 de enero de 2016 0 comentarios

Depende, todo depende...


Así comenzaba una popular canción, que muchos hemos cantado, tarareado e, incluso, tenido como tono en el móvil. Pero de lo que no nos dábamos cuenta era de que una particular forma de ver la vida se nos iba colando muy dentro. Una visión tan antigua como el mundo, pero a la vez una de las filosofías que más ha despistado al ser humano, porque lo conduce irremediablemente a la mediocridad. Muchas veces me he topado con esta frase en mi vida y en muchas ocasiones me he dejado llevar por ella. Ahora, pienso, que no siempre las cosas dependen. La injusticia no depende de por donde se mire, si no pregúntale a los marginados, refugiados y pobres de la tierra: "mire usted, que usted sea pobre, seamos injustos con usted... pues, ¡depende!". Porque detrás del depende se esconde el egoísmo humano, la búsqueda de que las cosas siempre me beneficien, de que el perjudicado no sea yo.

Para Dios nunca depende. Esto es lo que he ido aprendiendo a lo largo de muchos años, de tiempo de alegrías y de penas, de contemplar injusticias y de ver como la gente lucha por una vida mejor, para los suyos y para sí. Para estos, los favoritos de Dios, las cosas no "dependen". Nuestro Dios se pone a nuestro lado y nos propone una forma de vivir, en donde el Amor, la Misericordia y el Perdón sean los protagonistas. Y esto o se vive o no se vive, no depende. En eso consiste vivir el Evangelio, en su radicalidad. En vivir como se debe, en favor de todos, no solo en el mío propio.

Que este tiempo, año de la Misericordia, sea para muchos un tiempo para comprometernos a fondo, ahora, en la realidad sufriente que nos rodea. Y que no "dependa" ni de circunstancias ni tiempos ni personas. Porque en el fondo ser feliz y hacer felices a otros, eso, si depende de cada uno.  
lunes, 7 de septiembre de 2015 1 comentarios

Adios, doña D.

Podría contar muchas historias. Hoy quiero contar una. 
Al llegar a la parroquia, un grupo de señoras de edad se presentaron como grupo de "tercera edad". En seguida nos hicimos amigos. Yo las acompaño y ellas se dejan acompañar. Ellas hacen de abuelitas y yo hago de nieto. Y rebauticé el grupo como "grupo Santa Ana", haciendo referencia a la abuelita del Jesús. Entre ellas estaba doña D.
Delgada, siempre sonriente y atenta a todas las necesidades y personas, doña D. no se perdía ninguna de nuestras actividades. Si teníamos una misa, ella estaba en el primer banco. Si una reunión, siempre presente. Sonriendo, con sus mejores galas, apoyando, sumando... Y un día, doña D., caminando por la calle me aborda y me regala un puñado de caramelos de menta. "Yo no puedo aportar mucho" me dice, "pero le regalo unos dulces". Desde entonces no han faltado esos caramelos en mi bolsillo y en mi mesa del despacho parroquial. Y mucha gente se ha beneficiado de esos caramelos, porque después de una conversación les he obsequiado con un dulce, para alegrar la vida y endulzar lo amargo del corazón. 
Y doña D. vivía sola. Con 82 años vivía en un pequeño cuartito alquilado. Y con nueve hijos, la mayoría de ellos viviendo en el extranjero, ninguno la atendía. De vez en cuando se echaba a llorar cuando hablábamos y me contaba la pena de ser madre de tantos y ser olvidada por ellos. "Solo mi nieta me visita", y un día me la presentó. Una gran pena cubría su rostro lleno de lágrimas al compartir que la soledad constantemente estaba mordiéndole el corazón. En la parroquia, y en el grupo de abuelitas, ella encontraba el consuelo y la alegría en el compartir.
Por eso, doña D. había acogido muy dentro al Señor. Y su sonrisa no la abandonaba nunca, salvo cuando hablaba de su gran pena. Por eso iba al mercado y repartía entre los pobres lo que podría. Por eso me daba dulces, ella que tanto sufría por la ausencia de los suyos, quiso endulzar mi vida con lo poco que tenía; y ¡qué bien me sabían esos caramelos de menta! 
Hoy, doña D. ha fallecido. Y me siento triste. 
Adiós, doña D. Descansa en paz junto a Dios, tu papá. Junto a aquel que te quiso desde siempre y que siempre estuvo contigo. Adiós, doña D. y protégenos desde el cielo. Y gracias, muchas gracias, por recordarme tantas cosas, pero especialmente te agradezco tus caramelos de menta, que tanto bien me han hecho. Reza por mí, yo lo haré por ti.
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Se llamaba Aylan y tenía tres años...


Hace unos días las redes sociales fueron inundadas con una fotografía: un niño tumbado al borde del mar. Un pequeño que parecía dormido, un diminuto ser humano. La noticia nos hablada de una realidad sufriente de nuestro mundo, una guerra en Siria, su país natal. Un conflicto que obligó a su familia a salir de su país para buscar tierras menos crueles donde crecer y ser feliz. Pero el mar tuvo otros planes y se llevó al pequeño Aylan. El mar es así. 

Montones de otras fotos han seguido a esta primera, y no solo fotos. Artistas de todo tipo han inmortalizado este acontecimiento, cada cual a su estilo, pero todos reflejando la tragedia. Y me pregunto tantas cosas que no soy capaz de ordenarlas en mi mente y en mi corazón. 
Siempre aparecen los "por qués", pero en esta ocasión también me pregunto por mi, nuestra, postura frente a estas realidades. Podemos indignarnos, crear una campaña de protesta o de solidaridad, pero después ¿qué queda? Poco nos queda. Pasamos a otra cosa, como si de una "moda" se tratara. Hoy nos indignamos por esto, pero mañana seguimos en lo de siempre. Nuestra vida no cambia absolutamente en nada.

Por eso hoy quiero gritar bien fuerte el nombre de este niño, que simboliza a todos los niños y niñas que diariamente sufren y por los que no debemos parar de preocuparnos. Unos sufren los desastres de la guerra, otros la indiferencia de los adultos, otros son victimas de las pasiones y egoísmos de las personas... Y algo dentro de mi se rebela contra esta injusticia. Por eso sigo pensando que hay que apostar por la infancia y la juventud, para que esto no ocurra, pero cuando ocurra, mi y tu vida, no siga igual. No nos cansaremos nunca de defender la dignidad de las personas, especialmente de los pequeños.

Pienso en aquel policía, y en como aquel día cambió su vida al tener que recoger el cuerpo de Aylan en sus brazos y liberarlo del mar.





 
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