miércoles, 25 de septiembre de 2013

PADRE

Dentro de la tradicción de la Iglesia, a los religiosos y sacerdotes se les suele llamar "padre", de la misma forma que a las religiosas se las denomina "madre", para después utilizar su nombre. Esta denominación, que quizás entra en contradicción con el Evangelio, en donde Jesús aconseja no dejarse llamar padre por nadie, está muy enraizada aquí. En dos días en Bolivia me han llamado más veces "padre" que en toda mi vida. Como es la costumbre aquí, no seré yo quien diga como me han de llamar, pero francamente no me encontraba a gusto con ello hasta... que conocí a Julio Cesar. 
Cenando en el internado de Morocomarca, Julio Cesar se sentó a mi lado y comenzamos a conversar. Rodeados de niños pequeños, con él la conversación subió un poquito de nivel, ya que es un chico de 3º de secundaria. Casi sin yo pedírselo, me cuenta su vida. No ha conocido a su papá, cree que se marchó cuando era muy pequeño. Tampoco tiene mamá, porque murió hace unos años. Vive en el internado y en vacaciones va con unos tíos. Me llama "padre" todo el tiempo y me mira, aunque no directamente. Me dice que está muy bien en el internado y, por varios comentarios que hace, descubro que siente una gran veneración y cariño por el Padre Jesús, director del internado. Le prometo volvernos a ver, ya que me quedaré en Bolivia y se le iluminan los ojos. Cuando me marcho, me da un pequeño abrazo. 
Estos días, casi una semana después de haberlo conocido, siguen llamándome "padre", pero ahora siento que es distinto (¿acaso el distinto soy yo?). Cada chaval con el que me cruzo, con cada conversación, con cada mirada, observo que existe una relación de paternidad entre el escolapio y los muchachos y muchachas. A muchos de ellos les falta uno de sus padres o puede  que ambos, y estamos llamados a ser padres para ellos. Unos "padres" cercanos, cariñosos y exigentes, preocupados por su futuro y con tiempo para estar con ellos. Esta es la "paternidad" que Calasanz recomendaba a los religiosos en las escuelas y que es tan dificil vivir, ya que existe la tentación de creerse superior. Este es el peligro que denuncia el Evangelio y del que siempre hemos de huir. Sin embargo, los escolapios siempre hemos sido distintos en esto. Este es el secreto de la castidad: no centrarse en los propios hijos, sino en todos, especialmente en aquellos que no tienen padres, que están solos y/o abandonados, bendiciéndolos y protegiéndolos de los peligros del mundo, como solo Dios, el Padre de todos lo hace. Aquí, como en otras partes, hay niños y jovenes que tienen hambre de cariño paterno, de sentirse protegidos y de encontrar a una persona a la que llamar "padre". Es una responsabilidad, pero a la vez una alegría. Es la misión a la que nos llama el mundo y la Iglesia y la que, con mucha alegría, asumimos los "padres".

1 comentarios:

Marian Piniella dijo...

Tal vez tengas razón y eres tú el que estás cambiando, pero alégrate, alégrate mucho de ello. Te leo y siento una gran alegria por todo lo bueno que estás viviendo y también por todo lo que sé que vas a dar de ti....y por qué no...me alegro por todo lo que vamos en la distancia y con tus palabras a aprender de ti.

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