Celebramos estos días a Calasanz como patrón de los maestros, profesores, educadores, catequistas, monitores cristianos... Celebramos al hombre que tuvo la valentía suficiente para comprometerse por la creación de un mundo mejor a través de la educación integral de los niños, especialmente de los más pobres. Celebramos el nacimiento de la primera (sí, la primera) escuela pública, para todos, y gratuita.
Después vendrán otros que seguirán en esta línea, profundizando sobre esta intuición, sobre la metodología, especializándose y diversificando... pero todo tiene un principio: Calasanz.
Pienso en estos días en las reformas educativas, aquí en Bolivia también tenemos de eso. Y mirándolas pienso que a cual más pésima, que cómo es posible que estén tan alejadas de lo que realmente necesita la escuela, los niños y los maestros. Ideología es lo que venden, en forma de ley de educación. Pero nadie se atreve a alzar la voz, por este pudor de señalarse, de presentarse contrario frente a las corrientes falsamente progresistas que están inundando nuestro planeta, pero que en el fondo es una forma de totalitarismo encubierto: la dictadura del progreso, del adelante pese a quien le pese, dejando atrás a quien no pueda seguir el paso. ¿Y mientras? miles de niños no aprenden, no se forman, abandonan tradiciones y valores ancestrales como el respeto, el trabajo, la responsabilidad, la verdad, lo absoluto... y el postmodernismo impera por todos lados.
¿Hacia dónde caminamos? Hacia un nuevo amanecer, hacia el nacimiento de un nuevo Calasanz, cada vez más encarnado, cada vez más centrado en las necesidades del niño y de lo que puede aportar al mundo con su vida y sus valores. Es por eso, escolapios, que no nos dejemos vencer por el desánimo. Seamos creativos y capaces de encarnar en nuestro contexto, en nuestra tierra, esos valores calasancios tan de siempre. Hagamos vida nuestra propia ideología: centrada en lo mejor para los niños y jóvenes y para la mejora de la vida de las personas, especialmente los pobres y los que no tienen nada. Porque hoy, como en Roma en 1597, nadie está ocupando este lugar. Nadie trabajará por nosotros.
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